“Mi lugar en el mundo es Río de Janeiro, esa ciudad maravillosa a la
que no me canso de volver una y otra vez. Desde antes de conocerla ya me
sentía atraída por una magia que no se puede explicar, un cúmulo de buenas
vibraciones que sentía cuando veía El
Clon, la novela de la tele, o cuando escuchaba un samba en un casamiento y
una energía explosiva me hacía quedar como la loca de la pista de baile.
Aquel primer avión al que me subí me permitió aterrizar en el sueño de
mi vida, el lugar donde debo haber nacido en otra vida, y las ansias de viajar
surgieron para nunca más desaparecer.
Luego, aproveché las diferentes oportunidades para vacacionar allí,
disfrutando de las famosas playas de Copacabana, Ipanema y Leblón; de su
atractiva laguna Rodrigo de Freitas; y visité sus esplendorosos Pan de Azúcar y
Corcovado.
Pero descubrí los mejores tesoros de Río cuando la elegí como hogar.
Río es polifacética, una combinación perfecta de una cultura rica, una naturaleza majestuosa (de mata frondosa y morros de formas increíbles), y playas extensas con peculiaridades que hacen de cada una de ellas una postal inolvidable, en especial Praia do Pepê, Barra da Tijuca, Prainha y Grumarí. Fue deslumbrante tener en una misma vista la playa, los altísimos edificios y El Cordovado escoltando por detrás.
Amé despeinarme aterrizando en el parapentes, amé bordear 15 km de playa disfrutando en bicicleta y amé vivenciar el contraste de hoteles lujosos, favelas y un mar solitario, hasta llegar a los pies de la imponente Pedra da Gávea.
Me enamoré de sus diferentes riquezas culturales, de bellas ruinas en
lo alto del tradicional barrio de Santa Teresa, de la réplica de un palacio
romano emplazada en medio de los románticos jardines del Parque Lage y del
moderno Museo del Mañana a los pies del puerto.
Me reencontré conmigo misma cuando salté de felicidad en la “Maratona
da Alegría” (popular recital carioca), cuando pude de ver en un mismo día a siete
de los cantantes que escuchaba todos los días, cuando salté las olas del mar a
las 00:00 hs del 1º de enero (pidiendo a la diosa Yemanjá mi deseo para el
siguiente año), y cuando me conecté con mis anhelos y metas personales junto al
mar y mi mate hasta que la luna me detenga.
Hoy me siento completamente viva y feliz cuando una cuica empieza a
tocar en el fondo de un samba que escuchaban los ancestros en aquellos viejos “botecos”,
donde ahora jóvenes músicos se encuentran todas la semanas para hacernos
emocionar a todos en una tradicional y aún muy vigente “roda do samba”.
Mil sensaciones brotan en mi interior y mi corazón no para de hablarme
cuando recuerdo lo que que viví en esa ciudad.
Mi verdadero consejo sobre Río es que cada uno viva su propia experiencia, o que viajen a ese que tanto les apasiona. Yo, por mi parte, volveré mil y una vez más a éste, mi amado Río de Janeiro.”