Experimentar los
increíbles colores de una aurora boreal bailando en el cielo es uno de los sueños de cualquier viajero. Pocos lugares
en la tierra ofrecen tantas posibilidades para ser testimonio de este fenómeno
y Escandinavia es uno de ellos.
En un relato breve pero muy emocionante Gonzalo Papanicolau, fotógrafo aficionado, nos cuenta su experiencia con este conmovedor momento. Elegir iniciar el año 2017 bajo la luz de las auroleas borales fue la mejor elección de su vida, comenta.
En su viaje por
Escandinavia Gonzalo y un grupo de amigos alquilaron una pequeña cabaña en un
hermoso pueblo al norte de Noruega llamado Kjerringøy.
Un pueblo que los enamoró por su naturaleza, su gente y sus atardeceres. En su
estadía sólo contaban con cinco noches para poder encontrarse con las auroras
boreales. Sabían que es un fenómeno que no ocurre todo el tiempo, hay que ser
pacientes y estar bajo el cielo esperando el momento. Como buen fotógrafo aficionado cada
vez que el sol bajaba, preparaba todo el equipamiento para poder fotografiar
ese instante único. Cámara en mano, trípode,
disparador automático y mucho abrigo para enfrentar las bajas temperaturas.
Cuenta que las primeras
noches vieron unas manchas verdes muy suaves en el cielo. No estaban seguros si
eso que veían eran las auroras, esperaban más pero quizás eso era todo. Sin
embargo, no fue hasta la cuarta noche en la que presenciaron aquel instante que
los cambió para siempre. Esa noche, que hacia -15 grados bajo cero, habían
decidido caminar hasta el centro del pueblo. Mientras se acercaban al
encantador pueblo de Kjerringøy pudieron observar que las auroras estaban allí
pero aún no querían mostrar todo su potencial. A mitad de camino, decidieron
detenerse y fue en ese momento cuando vieron cómo esa luz verde en el cielo se
expandía más. Y en cuestión de segundos una gran franja que recorría de norte a
sur pasaba por encima de ellos en el cielo estrellado.
La fuerza y la luz
de las auroras no pudieron ante el frío, se acostaron en la nieve a contemplar
la magia de la naturaleza, miles y miles de auroras danzaban, moviéndose a toda
velocidad y mostrando todos sus colores. Verdes, azules, amarillas, rojas... Podían
ver cómo nacían y se desvanecían en el horizonte cruzando por encima de un lago
congelado.
“Me resulta muy
difícil poner en palabras la energía que sentimos en ese momento…”, comenta
Gonzalo. La adrenalina no le dejo capturar ese instante, pero su retina guardó
esa imagen para siempre en su memoria, y cada vez que piensa en esa noche su
corazón recuerda la magia infinita que nos da la naturaleza.
Gracias Gonzalo por compartir con nosotros esta grata experiencia.